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Arte | Chris Burden: el artista que llevó el cuerpo al límite del arte

La obra de Burden, a menudo considerada escandalosa, constituye una profunda reflexión sobre la naturaleza del sufrimiento, el papel del artista y la actitud pasiva del espectador frente a la realidad del dolor.

"Trans-Fixed", performance de Chris Burden (1974).
"Trans-Fixed", performance de Chris Burden (1974).

“Límites” es un término relativo. Al igual que la belleza, a menudo depende del observador. 

Chris Burden

Chris Burden (Boston, 1946), el artista que transitó desde las performances hasta las esculturas monumentales, falleció en 2015, a los 65 años, dejando tras de sí un legado de provocación, introspección y una incesante búsqueda de la autenticidad. Su obra, a menudo calificada de escandalosa, se revela como un profundo cuestionamiento sobre la naturaleza del sufrimiento, el papel del artista y la pasividad del espectador ante la realidad del dolor. A lo largo de su trayectoria, Burden desafió las convenciones artísticas y los límites de la experiencia existencial, obligando al público a confrontar la visceralidad de la condición humana y a reconsiderar su relación con el arte. Se le llegó a llamar "el Caballero Oscuro del Arte Contemporáneo" por someterse a condiciones extremas que hoy se considerarían tortura. Cuando se le preguntaba sobre la intensidad de sus acciones, Burden respondía que era una forma de expresión artística en una época en la que no tenía recursos económicos para crear de otra manera. Para Burden, estas acciones eran una forma de desafiar los límites de la humanidad y cuestionar hasta dónde pueden llegar el cuerpo y la mente en nombre del arte.

Chris Burden (1946-2015). Fotografía de Peggy Jarrell Kaplan (1972).
Chris Burden (1946-2015). Fotografía de Peggy Jarrell Kaplan (1972).

Los inicios y el contexto de sus performances

Chris Burden nació en Boston en 1946. Pasó su infancia en Francia e Italia, donde, a los 12 años, sufrió un grave accidente de motocicleta que requirió una operación sin anestesia. Este evento traumático marcó profundamente su vida y se convirtió en el catalizador de sus futuras obras, centradas en el dolor físico autoinfligido.

Al regresar a Estados Unidos, terminó la secundaria en Cambridge, Massachusetts. En 1965 se mudó a California, donde estudió física y arquitectura antes de obtener su BFA en Pomona College y su MFA en la Universidad de California en Irvine. Allí, bajo la influencia de artistas como Robert Irwin, comenzó a experimentar con el arte de performance.

Su tesis de maestría consistió en encerrarse en un casillero durante cinco días, sin comer, con agua y un recipiente para los desechos. Burden estaba fascinado por la idea de que el cuerpo y las acciones pudieran ser arte, sin necesidad de materiales adicionales. Sus primeras performances, a menudo de carácter masoquista, se realizaban ante públicos pequeños y no se anunciaban previamente. Con esta pieza, Burden apenas anunciaba el desafío que constituiría para la crítica y el público sus futuras intervenciones.

Los inicios de su carrera estuvieron marcados por performances que traspasaban los límites de la resistencia física y psicológica. Estas acciones, a menudo ejecutadas en espacios públicos, buscaban desestabilizar la complacencia del espectador y confrontarlo con la cruda realidad del sufrimiento. Lejos de ser meros actos de provocación, estas performances se inscribían en un contexto histórico específico: la guerra de Vietnam y la omnipresencia de imágenes de violencia en los medios de comunicación. Burden, consciente de la creciente insensibilidad del público ante el sufrimiento ajeno, pretendía romper la barrera entre el espectador y la realidad del dolor, ofreciendo una experiencia directa y, a menudo, perturbadora.

En una sociedad saturada de imágenes de guerra y violencia, Burden buscaba sacudir la conciencia del público, obligándolo a confrontar la naturaleza visceral del dolor. Sus performances no eran una simple representación del sufrimiento, sino una experiencia vivida, una inmersión en la fragilidad y vulnerabilidad humanas. Al someterse a situaciones extremas, Burden desafiaba la pasividad del espectador, confrontándolo con su propia indiferencia o complicidad ante el sufrimiento ajeno. Más allá de la exploración del sufrimiento, la obra de Burden cuestiona la función misma del arte. ¿Puede el arte ser algo más que un objeto preciado, relegado a la esfera elitista y distante? Burden investiga la posibilidad de que el artista se convierta en la obra de arte misma, difuminando las fronteras entre creador y creación, el arte, el sufrimiento y la condición humana en general.

Sus acciones pueden parecer a primera vista actos de autoflagelación sin sentido. Sin embargo, una mirada más profunda, enmarcada dentro del contexto del arte conceptual de los años 70 y las convulsiones sociopolíticas de la época, revela una intención artística profundamente resonante. El arte conceptual, con su énfasis en la idea sobre el objeto, proporcionó un terreno fértil para la experimentación radical de Burden.

Desechando la noción del arte como un producto comercializable, Burden se enfocó en la experiencia, en la acción en sí misma como medio de expresión. Sus performances no eran simplemente demostraciones físicas; eran declaraciones poderosas sobre la naturaleza del sufrimiento, la función del arte y la relación entre el artista y el público. La sociedad se estaba volviendo insensible al horror, anestesiada por la constante exposición a la brutalidad. Burden, a través de sus acciones extremas, buscaba romper esa barrera de insensibilidad, confrontando al espectador con la realidad visceral del dolor y el sufrimiento. Él no estaba simplemente representando la violencia; la estaba experimentando, invitando al público a ser testigo de ello y, por ende, a reflexionar sobre su propia respuesta ante el dolor ajeno.

La obra de Burden plantea preguntas fundamentales sobre la definición del arte. ¿Puede el arte trascender el objeto estético y convertirse en una experiencia, en una fuerza catalizadora para la reflexión y el cambio? Burden parece responder afirmativamente a esta pregunta. Al someter su propio cuerpo a situaciones extremas, desafía los límites de lo que el arte puede ser y hasta dónde un artista puede llegar para generar una respuesta en el espectador. La incomodidad que sus performances provocan es intencional. Burden no busca complacer ni entretener; busca perturbar, desafiar, obligar al espectador a confrontar sus propios principios morales y su comprensión de la condición humana.

La potencial participación del público en sus performances también añade una capa de complejidad. La posibilidad de que un espectador interviniera para detener la acción, o, por el contrario, permaneciera pasivo, se convertía en una parte integral de la obra. Esta dinámica revelaba la pasividad o complicidad del espectador ante el sufrimiento presentado, cuestionando su papel en la perpetuación de la indiferencia. En definitiva, la obra de Chris Burden exige una reflexión profunda sobre nuestra relación con el arte, el sufrimiento y la condición humana. Sus acciones, aunque a menudo perturbadoras, sirven como un poderoso recordatorio de la capacidad del arte para desafiar las convenciones, provocar el pensamiento crítico y, en última instancia, expandir en nosotros la comprensión del mundo que nos rodea. Burden no solo desafió los límites del arte; desafió los límites de nuestra propia humanidad.


Obras. Período performativo/cuerpo

Shoot (1971)

Entre su extenso y a menudo controvertido portafolio, la pieza titulada Shoot (1971) destaca como un momento definitorio, no solo en su carrera, sino también en la historia del arte performativo. Esta obra, que consiste en que Burden fuera disparado en el brazo con un rifle del calibre 22 a una distancia de 4,5 metros, va más allá de la simple provocación; se adentra en profundas cuestiones sobre la violencia, la obediencia y la sensibilidad en una sociedad saturada de imágenes de brutalidad.

Shoot no es una representación abstracta de la violencia, sino una presentación directa y, podríamos decir, brutal de su realidad. Al someterse voluntariamente a este acto, Burden sacude al espectador de su complacencia, obligándolo a confrontar la crudeza y el horror del momento. La descripción del artista —“Fue realmente repugnante, y tenía un agujero humeante en el brazo”— subraya la autenticidad de la experiencia, eliminando cualquier filtro o distancia que pudiera atenuar su impacto.

Además de su impactante representación de la violencia, Shoot también plantea interrogantes sobre la dinámica del poder y la obediencia. El título, Shoot (Dispara), es un imperativo que resuena con la autoridad y la sumisión. ¿Hasta qué punto estamos obligados a cumplir órdenes, incluso cuando estas desafían nuestra conciencia o ponen en peligro nuestra integridad? La obra de Burden sirve como un recordatorio inquietante de la responsabilidad individual frente a la autoridad y la necesidad de cuestionar las normas impuestas.

En una era marcada por la omnipresencia de la violencia en los medios de comunicación, Shoot actúa como un intento de resensibilizar al público ante su impacto real. La constante exposición a imágenes de violencia puede conducir a una desensibilización gradual, disminuyendo nuestra capacidad de empatía y nuestra comprensión de sus consecuencias. Burden, al confrontar al espectador con la realidad física de un disparo, busca romper esta anestesia emocional y revitalizar nuestra conciencia sobre el valor de la vida humana.

Finalmente, Shoot representa un desafío a las convenciones artísticas tradicionales y una declaración de compromiso absoluto con la práctica artística. Al exponerse a un peligro real, Burden cuestiona la noción de "bellas artes" como algo puramente estético y la eleva a una experiencia trascendental. Esta audacia, esta voluntad de sacrificar el propio cuerpo en nombre del arte, sugiere una profunda dedicación a su oficio y un deseo de ser tomado en serio como artista, como él mismo admitió. Shoot es, por lo tanto, un testimonio de la capacidad del arte para confrontar, provocar y, en última instancia, transformarnos.

Through the Night Softly (1973)

El título (A través de la noche, suavemente) de esta obra, irónicamente, contrasta con su contenido y representa una confrontación directa con la realidad del dolor. La acción, que involucra a Burden deslizándose sobre cristales rotos en ropa interior y con las manos atadas, no es una mera representación, sino una experiencia física que se transmite al espectador. La incomodidad generada en el público surge de la necesidad de presenciar, en primera persona, el sufrimiento palpable del artista, cuyo cuerpo se convierte en el lienzo sobre el que se inscribe el dolor.

La intención de Burden parece clara: romper la barrera entre la representación y la realidad, forzando al espectador a confrontar la naturaleza intrínseca del dolor. Al actuar en vivo, Burden elimina la posibilidad de la distancia emocional que la representación a menudo permite. No se trata de observar el dolor, sino de experimentarlo a través de la empatía.

La decisión de Burden de llevar su obra a la televisión nocturna añade una capa de complejidad a su propuesta. En lugar de recurrir a métodos publicitarios convencionales, eligió insertar un fragmento de diez segundos de su performance en el espacio comercial, llevando el dolor a la intimidad de los hogares. Esta estrategia subraya la creciente disociación entre la sociedad y los eventos horripilantes, que se consumen a distancia, despojados de su impacto emocional real. Al colocar su obra al mismo nivel que los anuncios televisivos, Burden cuestiona la banalización del sufrimiento y la anestesia emocional que caracteriza la sociedad contemporánea. En resumen, Through the Night Softly desafía la supuesta función de complacencia visual de la obra artística y nos obliga a confrontar la realidad del dolor en un mundo cada vez más distante.

Trans-Fixed (1974)

Con Trans-Fixed (1974), una de sus performances más conocidas, Chris Burden desafió los límites del arte contemporáneo al literalmente fijarse a un Volkswagen mediante clavos en las palmas de las manos. Este acto extremo, cargado de simbolismo, implicó sacar el auto —con Burden “crucificado” en él— al exterior, enfrentando al público con una visión cruda y directa de dolor físico. El rugido del motor, mantenido a máxima velocidad, funcionaba como un grito metálico, amplificando la sensación de sufrimiento.

Los paralelos entre este performance y la Crucifixión de Cristo resultan incuestionables. Burden logra trasladar al ámbito cotidiano una imagen familiar y la dota de una violencia tangible, obligando a los espectadores a replantearse la representación del dolor. La crucifixión deja de ser un símbolo lejano para convertirse nuevamente en una experiencia cruel, inadmisible para la comodidad habitual del público moderno.

El título de la obra es parte integral de la reflexión. Al dividirlo en dos palabras —"trans" y "fixed"—, Burden insinúa la posibilidad de que, a través del arte, la sociedad podría ser "fijada" o confrontada consigo misma. Está presente la idea de parálisis ante el impacto: una obra puede dejar al espectador inmóvil, absorbido por el horror o la admiración. Sin embargo, esa inmovilidad no es el destino final que busca el artista. Más bien, Burden propone que, tras el impacto inicial, el público supere esa condición y avance hacia una reacción activa, capaz de transformar la comprensión de su propio entorno y sensibilidad.

El uso del Volkswagen, un objeto cotidiano, remata la crítica: lo familiar puede cargarse de significados nuevos y desafiar nuestras ideas preconcebidas sobre el dolor, el sacrificio y el arte en sí mismo. En definitiva, la performance de Burden es una invitación a no mirar a la sensibilidad colectiva prefabricada y actuar como individualidades críticas frente a la sociedad de masas y el adocenamiento.

Doomed (1975)

En 1975, Chris Burden llevó a cabo la icónica performance Doomed en el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago. Su propuesta era tan sencilla como radical: tumbarse quieto sobre el suelo, debajo de una placa de vidrio de 13×20 cm apoyada contra la pared, mientras un reloj medía el paso del tiempo. Sin moverse, sin comunicarse y sin interactuar, el artista ponía su propio cuerpo a merced tanto del público como del personal del museo, dejando la duración de la obra en manos ajenas.

La pieza solo podía finalizar si alguien intervenía físicamente en alguno de los elementos: el reloj, el vidrio o el propio Burden. La situación se prolongó durante 45 horas, un lapso durante el cual la tensión y la preocupación aumentaron. Finalmente, un miembro del personal del museo colocó, movido por inquietudes sobre la salud del artista, una jarra de agua junto a él. Este gesto sencillo rompió la dinámica inicial y dio por terminada la performance. En respuesta, Burden se levantó, tomó un martillo y rompió el reloj, saliendo después del museo.

Doomed plantea preguntas profundas sobre los límites físicos y mentales, el control del tiempo y, sobre todo, la relación entre el artista y el público. El artista se exponía a un riesgo real y tangible, generando una incomodidad palpable en quienes observaban. El dilema era claro: ¿debía el espectador intervenir? ¿Había una responsabilidad moral para con el performer? Estas cuestiones sacudieron la tradicional pasividad del público en el museo, desafiando la convención de que la obra de arte es algo que se mira sin involucrarse ni intervenir. Resulta especialmente interesante la propia postura de Burden. Si bien afirmaba públicamente que “probablemente no” habría permanecido allí hasta morir, en otras ocasiones señalaba que estaba dispuesto a quedarse indefinidamente. Este ambiguo compromiso con el límite y con la propia vida intensificó el sentido de urgencia y cuestionamiento en los espectadores.

Doomed obliga a reconsiderar los papeles tradicionales de artista, obra y espectador, y desafía de forma radical nuestra relación ética con el arte y con quienes ponen el cuerpo para crearlo.

Tecnología, paradoja y crítica en la escultura cinética

Veamos el cambio de la obra de Chris Burden, tiempo después, cuando, en una madurez creativa, trata la escultura y la instalación con halo performático, actoral, que ya no lo abandonaría como artista, del principio al fin de su carrera.

A finales de la década de 1970, Burden se dedicó a la escultura monumental, considerando cómo manipular la escala y la ubicación de la infraestructura pública para explorar las implicaciones de la potencia, la velocidad y el equilibrio. En 1979 creó The Big Wheel, una obra cinética compuesta por una motocicleta Benelli de 1968 colocada sobre un chasis de madera y sujeta a un volante de inercia metálico del siglo XIX. Al montar la motocicleta y acelerar, el volante de inercia se pone en movimiento. Esta emoción industrial continuó en las décadas de 1980 y 1990 con Beam Drop (1984/2008), una obra que consistía en dejar caer vigas en vertical desde una grúa a un gran pozo de hormigón húmedo, y Medusa’s Head (1990), una masa amorfa de madera, acero, cemento, roca y maquetas de trenes y vías, que evoca un trozo de tierra del tamaño de un país extraído y aplastado hasta formar una bola. 

Beam Drop se recreó en 2008 en el Instituto Inhotim de Brasil, donde su obra escultórica final se encuentra ahora instalada de forma permanente, mientras que Medusa’s Head forma parte de la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York. En el año 2000, Burden comenzó a coleccionar farolas de las décadas de 1920 y 1930, utilizadas en barrios residenciales de Los Ángeles, y a reutilizarlas como instalaciones escultóricas. Esto dio lugar a su celebrada instalación permanente Urban Light (2008), compuesta por 202 farolas, a la entrada del Museo de Arte del Condado de Los Ángeles. A partir de 2003, Burden también construyó maquetas de puentes a gran escala, tanto reales como imaginarios, con miles de piezas de juguete. Tower of London Bridge (2003) imita todos los aspectos del diseño colgante del famoso puente, incluyendo el funcional puente levadizo, y Three Arch Dry Stack Bridge, 1/4 Scale (2013), exhibida por primera vez en Extreme Measures (2013–14) en el New Museum de Nueva York, comprende tres elegantes arcos hechos de bloques de hormigón fundidos a mano, unidos por la gravedad. La última obra terminada de Burden, Ode to Santos Dumont (2015), es un dirigible cinético inspirado en el dirigible de Alberto Santos Dumont de 1901 que voló alrededor de la Torre Eiffel. Construido a lo largo de diez años, alcanza el vuelo en interiores en intervalos de quince minutos y encarna simultáneamente tanto las ambiciones de invención industrial como las ensoñaciones de las maravillas de la infancia. Como un dato de la excitante y provocadora obra de Burden, decir que fue el primer artista representado por el importante galerista internacional, el zar del arte, Larry Gagosian, a partir de 1978.

The Flying Steamroller (La aplanadora voladora, 1996)

En 1996, The Flying Steamroller no fue solo una escultura: fue una especie de acto de magia mecánica. Me resulta fascinante cómo Burden toma una apisonadora común, conocida por su contundente obligación de aplastar y comprimir, y la convierte en protagonista de un espectáculo de levitación. Montada sobre un robusto brazo metálico pivotante, contrapesada y asistida por hidráulica, la máquina se elevaba elegantemente cada media hora, desafiando sus propios límites. Por uno o dos minutos, flotaba en círculo como si una fuerza invisible le concediera una pausa a la gravedad, hasta que el movimiento menguaba y aterrizaba de nuevo. Lo paradójico —y humorístico— de ver semejante bestia del asfalto suspendida en el aire no deja de hacernos sonreír. Es un guiño de Burden, que juega con la naturaleza de la máquina: ¿qué más contradictorio que volar cuando tu destino es aplanar? El título evoca aquellas máquinas voladoras decimonónicas, tan ambiciosas como torpes, y acentúa esa extrañeza encantadora de un coloso flotando sobre el público. Por otro lado, la palabra "aplanadora" también significa "arrasador imparable", lo que parece una alusión nada sutil a la ambición y la intensidad del propio proceso artístico de Burden.

Metropolis II (2011)

Quince años después, Chris Burden presentó “Metropolis II” (2011), una obra que transporta de inmediato a una maqueta de sueños y advertencias urbanas. Inspirada en la legendaria película de Fritz Lang, de 1927, Metrópolis, esta escultura cinética lanza al espectador a una jungla de 1100 autos en miniatura que recorren sin cesar una maraña de caminos elevados y bucles vertiginosos. Cintas transportadoras, imanes y una ingeniería casi insana coordinan el incesante movimiento de este enjambre de tráfico, con un ruido constante que se convierte en la banda sonora de la vida moderna.

Burden aquí parece mutar su enfoque. Si antes buscaba asombrar para sacudirnos, ahora apuesta por lo racional: evidencia visual y sonora de un sistema urbano que amenaza con salirse de control. Me hace pensar en esas grandes ciudades donde la velocidad y la complejidad abruman, y la infraestructura apenas puede seguir el ritmo del crecimiento. El mensaje es claro: si nuestro caos urbano se intensifica, necesitaremos una revolución —ingeniería y creatividad a partes iguales— para salir adelante.

Ambas obras, a su manera, tocan los límites de lo posible y lo absurdo. Burden empuja las fronteras del arte, la tecnología y el humor, cuestionando cómo la ingeniería puede subvertir, transformar y “reimaginar” lo que damos por sentado en la vida moderna.

Chris Burden (1946-2015).
Chris Burden (1946-2015).

¿Qué nos deja tras su ida?

Chris Burden, reconocido por su evolución artística desde las performances viscerales hasta la creación de esculturas monumentales, deja tras su fallecimiento un legado marcado por la provocación, la introspección y una constante búsqueda de autenticidad. Su obra, a menudo considerada escandalosa, constituye en realidad una profunda reflexión sobre la naturaleza del sufrimiento, el papel del artista y la actitud pasiva del espectador frente a la realidad del dolor. A lo largo de toda su trayectoria, Burden desafió las convenciones establecidas en el mundo del arte y los límites de la experiencia humana, forzando al público a confrontarse con la crudeza de la condición humana y a replantearse su propia relación con el arte. A lo largo de su carrera, se dedicó a desafiar tanto las convenciones artísticas establecidas como los límites autoimpuestos de la experiencia humana. Sus performances, a menudo dolorosas y peligrosas, no eran meros actos de exhibicionismo, sino experimentos radicales diseñados para explorar los límites de la resistencia física y mental, y para examinar la relación entre el artista, su cuerpo y el público. Al someterse a experiencias extremas, como ser disparado con un rifle o crucificado sobre un Volkswagen, Burden obligaba al espectador a confrontar la irracionalidad y la apariencia superficial de la condición humana, a sentirse incómodo y a cuestionar su propia relación con el dolor y la vulnerabilidad.

Sin embargo, no se limitó a la performance. Su evolución hacia la escultura monumental revela una faceta igualmente provocadora, aunque expresada a través de un lenguaje diferente. Estas instalaciones, complejas y a menudo de gran escala, continuaban explorando temas como el poder, la violencia y la fragilidad, pero a través de la construcción de metáforas visuales impactantes. A pesar del cambio de medio, la constante en la obra de Burden fue su capacidad para incomodar y generar debate, para obligar al público a reconsiderar su relación con el arte y con el mundo que lo rodea. En última instancia, Chris Burden nos legó una obra que, más allá de su aparente “escandalosidad”, invita a la reflexión profunda sobre la naturaleza del ser humano y su capacidad tanto para el sufrimiento como para la resiliencia. En sus últimas obras, Burden se volcó hacia la creación de esculturas monumentales que, a pesar de su escala y complejidad técnica, conservaban la esencia de su espíritu explorador e infantil. Estas construcciones, que a menudo evocaban la ingeniería y la mecánica, reflejaban una fascinación por la tecnología y la capacidad humana para crear. Aunque aparentemente alejadas de la visceralidad de sus primeras performances, estas esculturas seguían siendo una expresión de su curiosidad insaciable y su deseo de desafiar los límites de lo posible.

La obra de Chris Burden, en su conjunto, representa una provocación constante, una invitación a la reflexión y un cuestionamiento profundo sobre la naturaleza del arte y la condición humana. Su legado perdurará como un testimonio de la capacidad del arte para perturbar, inspirar y transformar nuestra percepción del mundo. Creo que Chris Burden no solo fue un artista, sino un catalizador de ideas, un provocador de conciencias y un incansable buscador de la verdad, incluso en los lugares más oscuros y perturbadores. Su fallecimiento deja un vacío en el mundo del arte, pero su obra sigue viva, desafiándonos a reconsiderar nuestra relación con el arte, el sufrimiento y la condición humana en general.

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Virginia Ramírez Abreu

Virginia Ramírez Abreu

(La Habana, 1971) es Doctora en Historia, Historia del Arte y de la Música por la Universidad de Santiago de Compostela; experta en Arte Contemporáneo y de Género, investigadora y Profesora Titular de Antropología de la Cultura e Historia del Arte en la Escuela Superior de Artes Cinematográficas de Galicia. Ha escrito y producido más de cincuenta audiovisuales, ha realizado numerosos proyectos curatoriales, conferencias, programas radiales, trabajos educativos comunitarios e impartido cursos en universidades españolas. Textos suyos han aparecido en IN-CUBADORA, Hypermedia, Libélula vaga, revista Nagari, Letralia, Otro Lunes, Linden Lane Magazine, entre otras, y la editorial Verbum. Reside desde 1994 en la ciudad de Vigo, en Galicia, España.

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