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Biblioteca Anticomunista | Alain Besançon: "El imperio de la falsedad"

"El Partido [comunista] no emplea solamente su energía en construir el socialismo, sino en hacer admitir la ficción de que ya funciona, de que ya está encarnado actualmente, y en obtener de los sujetos el reconocimiento de esta ficción".

"Lenin puede ser también comparado a un buscador de tesoros. Ha demolido de arriba abajo el castillo donde pensaba que el tesoro estaba escondido. Pero, de tesoro, nada". 

Una trabajadora prepara el cuerpo embalsamado de Lenin en el Museo de la Unión Soviética, en Moscú (febrero de 2013).
Una trabajadora prepara el cuerpo embalsamado de Lenin en el Museo de la Unión Soviética, en Moscú (febrero de 2013).

EL IMPERIO DE LA FALSEDAD

El presente ensayo es el capítulo XIV del libro Los orígenes intelectuales del leninismo, publicado por primera vez en 1977 por la editorial Calmann-Lévy (París). Su autor fue miembro del Partido comunista francés, y lo abandonó tras conocer los crímenes del estalinismo. Besançon se sintió engañado, avergonzado, enfadado, y decidió "explorar la historia de Rusia y de la URSS para comprender lo que me había ocurrido", según escribió. Este libro se considera imprescindible para entender los mecanismos de manipulación y seducción del comunismo soviético y la personalidad de Lenin.

Los testigos supervivientes de la tradición eslavófila —Blok, Rozanov, Berdiaev— miraban la revolución como un apocalipsis. La llama destructora anunciaba los Días últimos. El espíritu apocalíptico separa absolutamente las dos realidades o, como se decía, los dos eones. La revelación apocalíptica anuncia al nuevo eón, pero como venido de fuera, y al que hay que saber esperar. Blok y Berdiaev reaccionaban ante la Revolución como Viejos Creyentes del siglo XVII que, en las conmociones de Pedro el Grande, veían la inminencia del Fin y la obra del Anticristo. Se engañaban. La era nueva no estaba en el advenimiento del nuevo eón, sino que era el resultado de una gnosis llegada al poder. El espíritu gnóstico ve toda la realidad nueva contenida con la realidad presente, no trascendente, sino inmanente. 

El revolucionario no está a la espera, sino metido en la gran obra. Se esfuerza en derribar el tenue tabique que esconde, tras el eón presente, el eón futuro. Lenin es el alumbrador del socialismo, y con frecuencia se repiten en los textos de la época imágenes de parto violento, de cesárea. Mas he aquí que hace seis años que el vientre de la madre está abierto, escudriñado, y no hay niño en él. Lenin puede ser también comparado a un buscador de tesoros. Ha demolido de arriba abajo el castillo donde pensaba que el tesoro estaba escondido. Pero, de tesoro, nada. Lenin ha actuado conforme a la fórmula mágica que Bakunin había creído extraer de Hegel: el espíritu de destrucción es el espíritu de creación. Ha echado abajo al "capitalismo". Pero ¿dónde está el socialismo? En ningún sitio. Contrariamente a la previsión, el socialismo no se manifiesta espontáneamente. Hay que construirlo.

Lenin ofreciendo un discurso en Moscú (1920).
Lenin ofreciendo un discurso en Moscú (1920).

En 1920, Lenin comienza a proyectar la construcción del socialismo. 

En nuestra lucha, es necesario distinguir dos aspectos del problema: por una parte, la tarea de destruir la herencia del régimen burgués, de hacer fracasar los reiterados intentos de toda la burguesía, que quiere quebrar el poder de los Soviets. Hasta el presente, esta tarea es la que más ha acaparado nuestra atención y nos ha impedido pasar a la segunda tarea: edificar." La destrucción ha acaparado, añade Lenin, "las nueve décimas partes de nuestro tiempo y de nuestra actividad.1

Pero, ¿cómo construir el socialismo? Lenin es hostil a toda forma de utopía. La poca proyección imaginaria que él se permite, ofrece un paisaje transcapitalista, con muchas máquinas grandes, electricidad y organización industrial, a la que concurren unánimemente las masas y el Partido. En suma, la instalación del “censo y control” en la Galería de Máquinas de una exposición universal. Es el “Crystal Palace” de Chernishevski, modernizado por los recuerdos de un hombre profundamente marcado por la Alemania wilhemiana. Se esboza ya la futura consigna: "Alcanzar y aventajar".

Pues bien, toda la Rusia real se desentiende de esta tarea de edificación: los obreros y el personal técnico, los escritores y los artistas. El campesinado —que constituye la inmensa mayoría de la población— se ha retirado oficialmente a sus campos privados, entre su ganado, en su propiedad. ¿Cómo explicar esto? 

Puesto que sólo existen socialismo y capitalismo y, dado que no hay socialismo, es el capitalismo el que reina como nunca en Rusia. 

El capitalismo abatido se pudre, se descompone entre nosotros, infectando el aire con sus miasmas, envenenando nuestra vida; lo anticuado, podrido y muerto, se engancha con millones de lazos a todo lo nuevo, fresco y joven.2 

El espíritu gnóstico permanece intacto, pero funciona al revés. Ahora, la realidad profunda del socialismo, su trasfondo, su cara escondida, es el capitalismo. La revolución no ha logrado sino instalar el capitalismo dentro de las inexpugnables fortalezas.

Por tanto, no se puede esperar construir seriamente, mientras la obra de destrucción no haya sido llevada a cabo. Todo aún está por destruir. La tregua de la NEP solamente atañe a las fuerzas sociales, con las que es necesario componer. El reposo así obtenido con ellas, permite ocuparse de ellas seriamente, y a la vista está el aumento de terror que se abate sobre esas fuerzas sociales. Por esto, los instrumentos del futuro asalto (Partido, policía, ejército, con la ayuda de la NEP) experimentan una enorme expansión, con gran sorpresa de los observadores extranjeros y del pueblo ruso. El tesoro no ha sido hallado; es que permanecen todavía en pie unos cuantos muros del castillo.

En fin de cuentas, la solución del problema es política. Lenin no tiene, pues, que abandonar, y en nada abandona, el politismo fundamental de su juventud. Si nada va bien —se dice alguna vez—, es porque a Rusia le falta cultura. 

Mas, si para crear el socialismo es preciso haber alcanzado un nivel de cultura determinado (...), ¿por qué no comenzar primero conquistando las condiciones previas de ese nivel determinado, para luego, con la fuerza de un poder obrero y campesino, ponernos en movimiento y alcanzar a los otros pueblos?.3 

Para mandar a Rusia a la escuela, para rehacer las almas, para extirpar el capitalismo, para destruir, se necesita poder, todavía más poder, siempre más poder. Pues bien, dice Lenin, "tenemos todo el poder político que necesitamos".4

Justamente entonces se presenta de inmediato la ideología, que no ha sido desmentida por el curso de los acontecimientos, ya que la misma explicación que hubiera sancionado un éxito, da igualmente cuenta del fracaso aparente. Pero hay un campo donde la teoría ha sido comprobada directamente y de forma brillante: el del poder político. En definitiva, la validez de la ideología es probada por la política. Ahora bien, el éxito político, es decir, la toma y conservación del poder, ha sido probado sin discusión posible. Y la causa es que la ideología (circulando en el Partido, constituyéndolo y manteniéndolo) ha hecho salir vencedor al Partido de una batalla agónica, después de haber rozado en tantas ocasiones el desastre irreparable. El Partido es el que ha funcionado bien en todo este asunto, por haber permanecido fiel a los principios ideológicos que lo fundaron.

El comunismo es lo que constituye la legitimidad del Partido comunista. El Partido, ante las masas obreras y campesinas, no representa otra cosa que el radiante porvenir hacia donde las conduce, mientras ellas andan aún a ciegas frente a su propio destino. En 1924, las masas están más ciegas que nunca. Toda la clarividencia de la ideología se halla refugiada en el Partido y, por tanto, mientras la duda y el desencanto universal manifiestan la potencia de la ideología burguesa, es preciso que el Partido se haga más que nunca el conservatorio de la certeza. A la muerte de Lenin, el leninismo es canonizado. Comprendido así, el leninismo da al Partido su solidez, el monolitismo que necesita para conservar en su seno la idea comunista, y, en consecuencia, su legitimidad y el absoluto monopolio de su poder. El niño no ha nacido, el tesoro no ha sido. hallado: eso es falso, porque el Partido es ese niño y ese tesoro. Donde está el Partido, allí está el socialismo.

Se ha abierto el hiato entre la realidad y la percepción bolchevique de la realidad. El materialismo implicaba una pérdida de contacto con la materia, a la que sustituía por el esquema proyectado en ella. El carácter proletario del Partido no se concibe sin una ruptura con la realidad de la clase obrera. El socialismo sólo existe a condición de que la sociedad permanezca fuera.

"Lenin, cegado por la ideología, no percibe más que una verdad falsificada".

Pero este hiato no ha impedido a los bolcheviques conservar el poder. Al contrario, lo ha conservado gracias a él. Ese enorme complejo de falsos análisis, esas luchas de clases imaginarias entre categorías fantasmagóricas, esos razonamientos inconsistentes sobre el imperialismo, esa interpretación fabulosa de los acontecimientos, no han causado perjuicio. Ciertamente, las teorizaciones sin relación con la realidad eran políticamente costosas (el coste humano no debía ser tenido en cuenta), pero permitían, en cambio, el mantenimiento del excelente y supremo instrumento de la política leninista: el Partido. El balance político de la irrealidad ideológica era realmente positivo. Los cínicos del Partido eran los primeros en reconocerlo.

Esto es lo que, desde el exterior, hace tan desconcertante al genio leniniano. Unas veces parece funcionar con una maravillosa eficacia, con la misma seguridad impersonal de los termes construyendo su termitero. Entonces, su superioridad profesional resplandece sobre los confusos como Zinoviev, los brutales como Stalin, los "amateurs" como Trotski. Otras veces le vemos —como si el instinto desarreglado cumpliese su programa en el vacío— refutar sin parar, en la Rusia exangüe de 1919, a oscuros socialdemócratas alemanes, bautizar como lucha de clases lo que es lucha de partidos; bautizar de comunismo de guerra la desgracia, el hambre y el tifus; bautizar de dictadura del proletariado a su propio poder. Y, exactamente como el terme, está condenado a no saber nunca lo que hace. Esta es una nueva razón para no equiparar el leninismo con el maquiavelismo. Mientras que el Príncipe es lúcido y conoce la verdad, Lenin, cegado por la ideología, no percibe más que una verdad falsificada. No engañaba al enemigo, sino que se engañaba a sí mismo. 

El dualismo de las dos verdades basta para dar razón de esta aparente paradoja. Concedía al enemigo la verdad comunista que éste no podía escuchar. Se la concede a sí mismo y permanece enteramente sordo a la verdad común. Todo sucede como si el poder comunista no pudiera mantenerse sino a condición de no percibir la realidad que debe gobernar. Las innumerables informaciones —abultadas más allá de los efectivos del Antiguo Régimen— que la burocracia y la policía recogen a través de todo el país, para llegar a los dirigentes del Partido deben pasar por un filtro ideológico, por una clave lingüística, por un prisma deformante, a la salida del cual ya no son informaciones.

En una situación de poder, la duplicación de las verdades viene a ser o trata de ser la duplicación de las realidades. La verdad "proletaria" es el Partido; la verdad "burguesa" es la sociedad que resiste al Partido. Por esta razón, el poder sólo puede actuar sobre la realidad de manera destructora, por cuanto es esa realidad la que debe ser destruida para que se manifieste la realidad que el Partido mantiene en su seno. El Partido no puede conjugarse con la sociedad sobre un terreno de intereses comunes, ni siquiera gobernarla en su interés particular, porque el Partido sólo existe en la ficción de una dedicación total de su interés particular a ese interés común, que nadie quiere y que es el comunismo. Y es en nombre del comunismo en el que el Partido detenta el poder.

"La educación comunista no consiste en persuadir a los sujetos en querer el socialismo, sino en verlo".

Ahora bien, el comunismo no es un ideal moral. Es científico, esto es, debe imponerse en virtud de las leves naturales, de una relación necesaria emanada de la naturaleza de las cosas, relación a la que el Partido acompaña con su acción, pero sin crearla. La duplicación de las realidades, el hiatus abierto entre el Partido y la sociedad, entre el mundo que el Partido ve y el mundo que la sociedad muestra, es una amenaza constante para la legitimidad del poder, la cual reposa en la comprobación de la teoría.

El Partido se prepara para suprimir de hecho ese hiatus y, mientras tanto, lo suprime mágicamente. De hecho, pues, en la medida en que el Partido es capaz, vierte la materia social en el molde que le ha preparado y le confiere la forma de la que él constituye el ejemplar. Para eso sirve la coerción. Para eso prepara nuevos moldes en los que muy pronto serán vertidos los campesinos, los obreros otra vez, los intelectuales y otras gentes de las ciudades, porque la primera fundición ha fallado y se han escapado del molde tal como habían entrado en él: impregnados de supervivencias burguesas. Sin embargo, no basta con que los sujetos acepten el socialismo, ni que se resignen a él, ni incluso que lo deseen; es necesario que consientan en que la ley de la evolución se ha cumplido y que el socialismo existe.

Con otras palabras, la educación comunista no consiste en persuadir a los sujetos en querer el socialismo, sino en verlo. El Partido no emplea solamente su energía en construir el socialismo, sino en hacer admitir la ficción de que ya funciona, de que ya está encarnado actualmente, y en obtener de los sujetos el reconocimiento de esta ficción. La coerción basta para la obediencia, pero para obtener la confesión, la sonrisa, la alegría, el entusiasmo y la gratitud demostrada al Partido ante lo imaginario e inexistente, se precisa un terror de un tipo hasta ahora desconocido.

Este terror no proviene de la construcción real del socialismo, sino de su construcción ficticia, de la mágica supresión del irremediable hiatus. Se realiza a través del lenguaje y, subsidiariamente, del arte.

A la muerte de Lenin, el lenguaje comunista está completamente formado. Se hallaba en formación desde los años sesenta del siglo XIX, pero Lenin lo fija y generaliza. Es el signo de la comunión del Partido en la ideología. El progreso del militante, su nivel de educación comunista, se miden por su capacidad de tratar con el mundo exterior usando los medios canónicos de análisis, los mismos cortes de razonamiento, las mismas figuras de estilo, instalándose en el interior de la visión central de tal modo que ésta se confunda con su propia visión.

El uso correcto del lenguaje ideológico significa, pues, el éxito de la identificación de la persona que lo emplea con su modelo. Como medio de comunicación, significa entre los interlocutores el acuerdo sobre la visión central, el nacimiento y la subsistencia entre ellos, mientras hablan, de la realidad ideológica. El lenguaje no es un intercambio entre dos subjetividades diferentes, sino la comprobada comunión en una misma realidad.

El lenguaje es así un sacramento de unidad. En el mundo comunista queda levantada la maldición de Babel, ya que la multiplicidad de lenguas es superada por la uniformidad del estilo, y las gargantas individuales renuncian a proferir otros sonidos distintos de aquellos que muy pronto será llamados “la lengua de madera”.

En los congresos del Partido, la ponencia del Secretario General se presenta como un análisis ejemplar del estado del universo y de las dos potencias que se lo disputan. Debe ser larga, para que ningún aspecto importante escape a la operación de "recomposición ideológica de la realidad". Los demás intervendrán después, no para contradecir, sino para completar esa recomposición. El objetivo de la ceremonia es, pues, la manifestación —por la armonía cuidadosamente respetada de las reglas lingüísticas— de la armonía del mundo ideológico en la doctrina que lo unifica.

El análisis de este lenguaje descubre, mejor que cualquier otro medio, la naturaleza de la ideología como composición de una religión corrompida y de una ciencia corrompida.5

¿Se debieran prohibir el comunismo y sus símbolos?

Como el lenguaje ideológico, también el lenguaje litúrgico es transpersonal. Manifiesta la presencia de otra realidad distinta de la empírica. El oficiante sale de su subjetividad y, con él, la asamblea participante. El lenguaje litúrgico es riguroso porque la realidad significada debe serlo exactamente, bajo pena de ser gravemente alterada. No puede cambiarse ni una sola palabra, y por eso la liturgia evoluciona tan lentamente. No es su tono el del lenguaje ordinario. Finalmente, la liturgia también promete levantar la maldición de Babel, puesto que entre los participantes se compone una figura del Uno. En un plano totalmente distinto, el de la realidad fenoménica, el lenguaje científico posee los mismos atributos que el lenguaje litúrgico: transpersonal, no alcanzable a la inteligibilidad común, objetivo, riguroso, unificador.

El lenguaje ideológico es una fusión del litúrgico y del científico. Cierto que pretende ser completamente científico. Pero la "ciencia" ideológica no se limita al fenómeno. Penetra en el Ser y le da la ley. El discurso ideológico es, pues, la única liturgia de la única realidad, que no extrae su consistencia ontológica de su Ser trascendente, sino de una materia sometida al determinismo.

Este discurso se vuelve magia a medida que resalta su impotencia. Incapaz de modificar lo real según sus fines, impotente para crear otra realidad conforme a lo que promete, su papel es evocar en el sentido mágico del término, es decir, sugerir la realidad inexistente. Para esto, toma prestado de las dos magias que se injertan tradicionalmente en la religión y en la ciencia, misa negra y charlatanería. El discurso es formulista, por cuanto su potencia va unida a la letra, y es también encantatorio. Destinado a sugerir con palabras una realidad ilusoria —al lado y por encima de la realidad real—, es el médium de la necesaria transfiguración de ésta. El propagandista que recorre los campos con los destacamentos armados que vienen a recoger el trigo, no lo hace para persuadir al campesino, sino para proceder a la entronización de la realidad ideológica. Esta última entra por efracción en la realidad pueblerina, con todo su aparato, sus banderolas, sus "elecciones", sus "amplias discusiones", su "democracia soviética". Llega, se instala y comienza su reino.

Apoyando a la magia lingüística se constituye una magia estética. Uno de los últimos legados de Lenin, y no el menos importante, ha sido promover y facilitar su implantación. La estética tenía por finalidad dar una consistencia visual a la otra realidad, hacerla ver por verificación de los sentidos. Esta magia estética movilizó a su servicio las técnicas de la representación, que habían sido inventadas durante siglos en los que el arte se había esforzado en "rivalizar con la naturaleza" y que, a la muerte de Lenin, estaban a punto de ser abandonadas por el Occidente y por la misma Rusia vanguardista. Se calificó a sí misma de realismo socialista. Daba una imagen legible de la realidad que se encargaba de representar: dirigentes amados, pueblo entusiasta, campos fértiles, Fábricas modélicas. Rivalizar con la naturaleza, significaba, en la pintura antigua, usar las técnicas de la representación, color, perspectiva, etcétera, para alcanzar una realidad más profunda que la que se descubría a la mirada del que no era artista. Así, el arte era un medio entre el mundo sensible v el inteligible, siendo éste aún más real que el primero. 

"El Partido no puede actuar sobre la realidad real sino por medio de las palabras de la realidad ideológica".

El realismo socialista pretende ser un espejo de una realidad inexistente. Por eso, lejos de poder distanciarse un poco de las técnicas de la ilusión visual (lo que podía hacer el realismo "clásico"), el realismo socialista depende absolutamente de esas técnicas. Puesto que es necesario afirmar la irrealidad como única realidad, hay que mantener todos los trucos del ilusionismo fotográfico. Los cuadros se confeccionan a la manera de panoramas del siglo XIX, de modo que den al espectador la impresión de estar allí. Igualmente, en literatura, se vuelven a emplear las técnicas de sugestión de los grandes novelistas clásicos, pero desviadas de sus fines y puestas al servicio de la ilusión. El arte se torna irrealista a la medida de su “realismo”, y su encantamiento se reduce a la sumaria técnica del decorador de Hollywood. Cierto que la ilusión no produce su efecto. El espectador nunca siente ese estar allí, ya que sabe bien que no lo está. Pero, en cambio, experimenta de la forma más brutal la agresión de lo falso, como si poseyera un billete claramente falsificado al que el Estado asegurase curso legal. El Partido y el realismo socialista se simbolizaban tanto entre sí —al actuar la estética por medio de la política, y el Partido actuando estéticamente— que nunca han podido separarse.

El único punto de contacto entre las dos realidades se reduce al poder mismo. Pero, a menos de caer en el cinismo, el poder sólo tiene legitimidad al ser la bisagra que articula las dos realidades subsistentes —la "antigua" y la "nueva"— y asegurar el tránsito de una a otra. Pero ¿cómo hacerlo? La realidad real es la única realidad. La realidad ideológica sólo existe como lenguaje o como decorado. Está hecha de palabras. El Partido no puede actuar sobre la realidad real sino por medio de las palabras de la realidad ideológica, y la transformación subsecuente de la primera realidad sólo puede describirse en los términos de la segunda que, por definición, son inadecuados. 

Por lo tanto, resulta completamente necesario que la superación de la duplicación del mundo termine privando del uso de la palabra a la realidad real, y creando a su lado otra realidad, que no existe más que por la palabra. Una vez hecho esto, ya no hay ningún límite para la proliferación del discurso; las ponencias se prolongan hasta la náusea, la prensa las extiende más todavía, pues el lenguaje ya no encuentra resistencia en la realidad, sino que constituye por sí solo el simulacro de la realidad, algo así como cuando decimos de un tornillo que "gira a lo loco". La desmesurada inflación de la palabra hueca es, por tanto, la exacta contrapartida (pero inversa) de la realidad real reducida a silencio, que va indefinidamente a la deriva en sentido contrario, deriva a la que la inflación verbal —del otro lado de la bisagra del poder— da la medida de su amplitud. La ideología se agota en un culto aplastante de peso y de minucia, y su discurso —sin relación con el fenómeno y aún menos con el Ser— aparece como una especie de liturgia de la nada.

Esta magia tiene como objetivo resolver el quiasma entre los dos órdenes de realidad. A fin de cuentas, el dualismo se resolverá en un monismo, puesto que, en el comunismo, la realidad real se confundirá con la otra. El ingenuo no admite la inicial separación de los dos órdenes de realidad. "Si es para tratar al pueblo así —-piensa—, no valía la pena hacer la revolución." El cínico no cree en la coincidencia final de las dos realidades. Acepta, por tanto, el desdoblamiento interior para su propio provecho. Pero el comunista que está en la posición justa rechaza esas dos tentaciones, vive por entero en la realidad ideológica, para ser, como conviene, la vanguardia, el precursor del mundo futuro reconciliado.

Por la coacción se construye el socialismo; por la magia lingüística ya existe. El descubrimiento que el Partido hace, es que esos dos medios se combinan maravillosamente, de suerte que la magia facilita la coacción, que la coacción pone en escena la ceremonia mágica. No se resiste a la checa, si el hombre que viene a detener a vuestro padre os aporta por ese hecho la verdadera libertad. Por otra parte, la policía hace mucha falta si se quiere que no sean arrancadas las banderolas y que todo el mundo participe en las elecciones. En esta combinación consiste la eficacia del poder soviético, la calidad de su encantamiento, el tono de su terror. No es la tiranía de Lenin, sino, como ha dicho Pasternak, la tiranía mucho peor de la frase y "el poder mágico de la letra muerta".6 La desorientación de la razón, la privación de referencias, el aplomo de la aserción ideológica, la absoluta separación entre lo que ella dice y lo que es, resultan ayudantes incomparables del poder soviético. Y, puesto que es la ideología la que permite ese aumento de poder y, por lo mismo, acerca el momento en que será realizada, resulta, en consecuencia, que es verdadera. La omnipotencia de la "mentira" prueba una vez más la veracidad de la ideología. Por ella se penetra en el Imperio de la Falsedad.

Llegada a este punto, la ideología experimenta una mutación radical. Al comienzo de este libro, se presentaba como un cierto tipo de creencia, como una doctrina. No lo es más que accidental o secundariamente.

La substancia de la ideología, cuando se halla en el poder, es el poder mismo. La ideología es la forma de ese poder, y ese poder no tiene otro contenido que esa ideología. La ideología es la nueva realidad, que se apodera de la realidad común, intenta transformarla según su patrón y, en la espera, pretende ser la única realidad.

Por consiguiente, la ideología ya no tiene que ser creída, ni siquiera bajo la forma de la falsa evidencia y de la pseudoempiria gnóstica, bajo la cual, en otro tiempo, se había apoderado de las conciencias revolucionarias. La ideología es un hecho: es el poder. Tiene, pues, que ser ejecutada. Puesto que la ideología prevé elecciones democráticas y la unanimidad de los electores en torno al socialismo, no hay más que organizar minuciosamente esas elecciones, lo que consolida la ideología (no en su modo de creencia), sino en su modo de poder. Lo mismo sucede con el inmenso ejército de propagandistas, con los talleres donde se confecciona la totalidad de los libros, con tiradas de centenares de millones de ejemplares: no tienden a convencer, sino a manifestar el poder fáctico de la ideología.

Cuando Stalin proclama la constitución más democrática del mundo, cuando opone en sus discursos la falsa democracia occidental a la verdadera democracia soviética, no busca la persuasión, sino la intimidación a través de la falsedad, una falsedad tan enorme, tan aplastante, que Stalin saca su férrea fuerza de la inverosímil audacia con la que la ha impuesto; porque esa fuerza denota aquello de lo que el poder es capaz.7 La ideología es el signo, el emblema del poder. No se trata ya de adherirse a la ideología por una libre decisión del espíritu, ni siquiera de penetrar en las operaciones intelectuales que la constituyen. Basta con obedecerla. Es preciso hablar de ella, porque la lengua es una institución social, y esta lengua es la institución de la sociedad pretendidamente existente.8 

"Conservar la ideología es una cuestión de vida o muerte, poco importa conservarla viva o muerta".

Pero, apenas se ha hablado de ella (aun con toda inocencia, por simple conformidad social y con plena conciencia de su insignificancia), ya la tenemos ahí tomando cuerpo. En efecto, al hablar de ella el poder marca un punto, y la ideología, que forma una unidad con él, comienza a encarnarse. Por tanto, la ideología es verdadera. Quien la expone le presta verdad, la suya; le presta ser, el suyo. El sujeto de la ideología, una vez franqueado el primer paso (que es de nuevo una mentira), se vacía de su substancia en provecho de esa mentira, la cual, así deslastrada, ya no es una mentira, sino una especie de hecho al que muy pronto podrá dirigir su sinceridad y, en fin de cuentas, tal vez incluso su creencia. El sujeto ya no se acuerda entonces del primer paso que ha inaugurado su desposesión o, si se prefiere, su posesión.

Ha sido necesario esperar hasta 1974, para que un hombre, en recompensa de los sufrimientos y de un trabajo interior, hallase la fórmula capaz de librar del encantamiento. 

No es cada día, ni sobre cada hombro, cuando la violencia apoya su pesada pata; solamente exige de nosotros la obediencia a la mentira, nuestra diaria participación a la mentira, y eso es todo lo que la ideología espera de sus leales sujetos. Y ahí justamente se encuentra —olvidada por nosotros, pero tan simple y tan accesible— la clave de nuestra liberación: ¡La negativa a participar personalmente en la mentira! Qué importa si la mentira lo recubre todo, si se hace la maestra de todo; seamos al menos intransigentes sobre este punto: que no lo sea por mi. 

El reino impersonal de la palabra ideológica es aniquilado por la irrupción de la palabra personal, del yo. 

Porque, cuando los hombres vuelven la espalda a la mentira, la mentira cesa pura y simplemente de existir. Lo mismo que una enfermedad contagiosa, no puede existir sino en una concurrencia de hombres.9

Una distinción fundamental en la URSS opone a Ellos (los miembros del Partido) y a Nosotros (los sujetos pasivos de su poder). Pero es preciso que el Partido sea más libre que sus sujetos respecto de la ideología. 

Al dejarnos, el camarada Lenin nos ha recomendado tener muy alto y guardarlo en toda su pureza el glorioso título de miembro del Partido. Nosotros te juramos, camarada Lenin, cumplir con honor tu voluntad (...). Al dejarnos, el camarada Lenin nos ha recomendado guardar la unidad de nuestro Partido como si fuera la niña de nuestros ojos. Nosotros te juramos, camarada Lenin, que también en eso cumpliremos con honor tu voluntad.10

Lo que permite comprender el juramento de Stalin es esto: la secuencia Ideología-Partido-Poder, que el Partido hereda de Lenin, ya no puede ser disociada. Lenin la había formulado libremente, se ha convertido en una necesidad, y en lo sucesivo tendrá que ser soportada. En tiempos de Lenin fue el primer término de esta secuencia el que se había presentado a su espíritu. Lenin había forjado el segundo término y había conquistado el tercero. Sus herederos han de leer la secuencia en sentido inverso. Si quieren mantenerse en el poder, deben velar sobre la unidad del Partido y, para ello, conservar su alma inmaterial, la ideología. En la situación en que se halla Rusia, no se puede perder el poder sin perder la vida. Conservar la ideología es una cuestión de vida o muerte, poco importa conservarla viva o muerta.

Sobre el régimen leninista, una cosa es indiscutible: que está en el poder y que tiene aún capacidad de extender su dominio. La realidad toda de la ideología se concentra en el ejercicio del poder. Solamente a ese nivel subsisten las conductas racionales, instrumentales, neutras, con relación a la ideología, pero envueltas y dotadas por ella de una eficacia, de la que carecían las conductas más fríamente maquiavélicas del pasado. A ese nivel subsisten igualmente las pasiones tradicionalmente humanas, como gobernar, dominar y, más en general, actuar; pasiones que deben ser trascendidas por la ideología, pero que también gracias a ella están ampliamente satisfechas. Como todo poder, el poder leninista apresa lo real, ataca y come lo real y, en esa medida,puede esperar alimentarse de lo real. La pasión del poder, que la ideología autoriza, es una manera de huir de la irrealidad de la ideología. 

"El poder del Partido exige extenderse indefinidamente como una compensación impotente de su impotencia fundamental".

El poder es para el ideólogo una esperanza perpetua de curación. Pero es una esperanza que siempre decepciona. Porque no existiendo el poder más que por la ideología, se encuentra invadido por ella, esclavizado por ella. No puede actuar sino conforme al plan que la ideología impone, el cual es irrealizable, pero no puede cambiar. El precio que el Partido debe pagar a la ideología para conservar el poder es la radical impotencia de actuación sobre la realidad allí donde la realidad se halla. La ideología pretendía abarcar la totalidad de lo real. Pero lo real se esconde en la sombra que la ideología proyecta sobre él. La distancia entre la ideología y lo real nunca ha sido tan grande como cuando la ideología ha sometido lo real a su poder. Ni siquiera puede reconocer, en su entidad, a ese grano de realidad que es el poder que ella detenta. 

La ideología es la conciencia del Partido, la forma de su poder, pero lo es tan inconsciente que la forma queda vacía. El Partido no puede querer otra cosa que construir el socialismo, y simultáneamente obtener la confesión de que ya está actualizado, cuando, por el contrario, la realidad real se escapa por todos los intersticios y, aunque debilitada y mutilada, sigue siendo la única realidad. Por lo tanto, el poder del Partido exige extenderse indefinidamente como una compensación impotente de su impotencia fundamental. Es un poder sin contenido, y la voluntad del socialismo, mientras éste no se encarne, es una voluntad de la nada. La extensión indefinida del poder (que es también una extensión indefinida de la ideología) puede compararse al repintado que cubre enteramente el cuadro, pero sin poder impedir que las figuras reaparezcan por debajo, lo que exige muy pronto una nueva mano de pintura.

Se puede detener aquí esta historia, porque la historia se ha parado por sí misma. Lo que ha evolucionado es la misma realidad. Lo ha hecho como ha podido, en un permanente compromiso entre sus exigencias vitales y el papel que se le ha impuesto. Pero el régimen leninista se ha quedado inmóvil, fijado en la ideología que le había precedido, que lo había fundado, que lo mantenía —y lo sigue manteniendo— en el poder. Extraño destino el de esta cronolatría, haber hecho salir del tiempo histórico —al que había pretendido someterlo todo— el mismo régimen que ella había establecido con este fin.

Este poder conserva una especie de realidad en su frente de ataque, hasta tal punto móvil que separa lo que él domina de lo que no domina todavía. Conquista para existir; mas, apenas ha conquistado, su conquista muere, se le escapa, no puede asimilarla. Prosigue siendo una potencia incorpórea, algo así como un Angel, cuya suerte eterna fuese la de querer indefinidamente que lo que es, no sea, y que lo que no es, sea.

La fisura abierta primero en el espíritu de un hombre, y en una ciudad después, el 7 de noviembre de 1917, no se ha vuelto a cerrar, y continúa ensanchándose a expensas del universo común. En su abertura, la ideología es a la vez el todo y la nada, según se considere su visible omnipotencia o su invisible impotencia. El Partido no puede abandonarla —ni aun muerta en el espíritu y en la creencia— sin anularse a sí mismo. Por esta razón, el Partido, junto con sus sujetos, sufre el suplicio que un rey etrusco, según cuenta Virgilio, infligía a sus prisioneros atándolos a un cadáver.11

Este cadáver es público. Se halla en el Mausoleo en el que el poder lo elevó cuando comprendió que no podía enterrarlo. Desde entonces, una cola más larga de lo que nunca fue, en la Rusia ortodoxa, la procesión de Pascua, se estira ante su umbral. Hombres, mujeres y niños penetran en esa tumba repleta para ver el cuerpo —o el maniquí de cera que quizá lo ha reemplazado— del que se ha escapado el alma ideológica, que ha tomado posesión de ellos.

Notas

1Lenin, 1975, t. III, pág. 495, Discurso a la Conferencia de la enseñanza política.

2Ibíd., Carta a los obreros americanos, pág. 46.

3Ibíd., Sobre nuestra revolución, pág. 779.

4Ibíd., El XI Congreso del P.C. (b) R. pág. 703.

5La cuestión del lenguaje en régimen ideológico es ciertamente una cuestión clave. Pero, hasta aquí, ha sido más sentida que tratada a fondo. Indicaciones en L. Bon, 1975; Y. Glasov, 1974. Y, por supuesto, Orwell, en toda su obra, y Milosz, 1953.

6B. Pasternak, 1958, pág. 399.

7Cfr., ya que es demasiado largo para ser citado, Sobre el Proyecto de Constitución de la U.R.S.S., STALIN. 1947, págs. 528-556.

8La uniformidad de la lengua de madera, que significaba, antes de la toma del poder, la comunión en la visión central, representa, después de la toma del poder, la sumisión al mismo. La conformidad lingüística es, en efecto, la principal prueba de pertenencia. La heteroglosia es el primer signo de rebelión. 

9Solzhenitsyn, 1974, pág. 129, No vivir en la mentira.

10Stalin, Lenin ha muerto, LENIN, 1948, t. 1, págs. 17-18.

11Eneida, VII. vv. 485-488.


Claves de lectura

Alain Besançon ingresó al Partido Comunista francés en 1951, con 19 años de edad, pero en 1956 renunció y se arrepintió de la ideología cuando conoce sobre los crímenes de Stalin y la represión que desató durante la llamada Gran Purga en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, denunciados en el informe "Acerca del culto a la personalidad y sus consecuencias", que dio a conocer el Primer Secretario Nikita Jrushchov del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) durante el XX congreso de la organización

Para entender por qué fue seducido por el comunismo, y por qué este seguía teniendo adeptos en todo el mundo, se especializó entonces en el período soviético, pues consideraba que "el juicio de la historia rusa en el tribunal de la historia" es una "causa capital". En diversos textos y libros demostró que el amor y la experiencia de la vida normal eran incompatibles con la condición del activista comunista, pues 

El comunismo es una doctrina y un ejercicio de desencarnación. Su enemigo es el placer.

Afirmó en su autobiografía:

Todo el tiempo que he dedicado a la historia rusa y el comunismo soviético, a estudiarlos y analizarlos, espero que me sea descontado a modo de penitencia. 

Al respecto, el periodista español José María Ballester Esquivias sentenció en un artículo publicado en el medio El Debate:

Besançon, en todo caso, obtuvo rápidamente el perdón intelectual: su tesis doctoral, titulada Los orígenes intelectuales del leninismo es una contribución esencial en el proceso de desmontaje de esa ideología. En ella explica hasta qué punto la ideología marxista-leninista se presenta como una explicación total del mundo, cómo el ímpetu revolucionario que transmitía era capaz de convencer a mentes como la suya y, por último, cuán importante era la matriz religiosa para entender este pensamiento, que confiaba al régimen la tarea de velar por la salvación de las almas. Palabra, asimismo, de quien vivió la experiencia.

El ensayista y profesor de filosofía y ciencias políticas francés, Philippe de Lara, considera que, en Los orígenes intelectuales del leninismo:

El análisis que hace Alain del comunismo es profundamente original. 

En el mismo artículo, titulado Alain Besançon, el pensador del comunismo ruso, de Lara detalla:

Su originalidad consiste en esto: las teorías del totalitarismo intentaron construir un modelo genérico, identificando los rasgos comunes de diferentes revoluciones y regímenes totalitarios, y lo que es más, partiendo en la mayoría de los casos del caso nazi. Alain, por su parte, partió del comunismo ruso y no buscó construir un modelo genérico de totalitarismo (concepto que no rechazó pero que rara vez utilizó). Más modestamente, quería entender cómo funcionaba el verdadero comunismo.

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Alain Besançon

Alain Besançon

(París, 25 de abril de 1932 – 9 de julio de 2023) Fue un historiador francés especializado en historia intelectual y política rusa, figura destacada del análisis del totalitarismo. Tras militar brevemente en el (1951-1956), rompió con el comunismo tras las revelaciones sobre el estalinismo, orientando su obra hacia un examen crítico del comunismo y del totalitarismo soviético. Desde 1965 hasta 1992 fue director de estudios en la (EHESS) de París, y en 1996 fue elegido miembro de la . A lo largo de su carrera publicó numerosas obras esenciales, entre ellas , donde argumentó que el comunismo ofrecía una perversidad particular al apropiarse del ideal universal de justicia para encubrir atrocidades, y , un estudio sobre la historia intelectual del iconoclasmo.

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