En plena expansión del chikungunya en Cuba, el Gobierno de la isla apuesta por mosquitos transgénicos e insectos estériles como solución científica a una crisis sanitaria que ya supera la capacidad de los hospitales. La población convive con demoras en la atención, falta de insumos y un sistema de salud que funciona con recursos mínimos.
A la fragilidad sanitaria se suma el deterioro de las ciudades. La basura sin recoger, el agua estancada y la falta de mantenimiento favorecen la proliferación del Aedes aegypti, mientras las acciones de control se aplican de manera irregular o insuficiente. En este escenario, el énfasis oficial en respuestas “innovadoras” contrasta con la incapacidad para resolver las tareas básicas del control epidemiológico.
La narrativa oficial y sus prioridades
En un encuentro científico-gubernamental, los especialistas explicaron al dictador Miguel Díaz-Canel que la expansión del dengue y el chikungunya en Cuba responde a patrones que ya se observaban desde meses anteriores: un aumento sostenido del índice de infestación, la circulación simultánea de varios serotipos y dificultades para mantener las acciones de control.
El análisis insistió en que el comportamiento del mosquito es el factor decisivo y relegó a un segundo plano otras infecciones respiratorias que también presionan al sistema sanitario, incluida la COVID-19, cuya incidencia —según afirmaron— “no es el problema” de la saturación actual.
Lejos de profundizar en las fallas del control vectorial o en la falta de recursos para fumigación y saneamiento, la reunión centró su atención en alternativas tecnológicas: insectos estériles, mosquitos modificados y bacterias capaces de limitar la reproducción del Aedes aegypti. La presentación transmitió la idea de que la salida pasa por innovaciones de laboratorio y no por la recuperación de los servicios básicos que sostienen cualquier estrategia epidemiológica.
¿Qué es la técnica del insecto estéril?
La técnica del insecto estéril se basa en criar machos del mosquito y esterilizarlos mediante radiación. Al liberarlos en grandes cantidades, estos machos compiten con los silvestres; las hembras que se aparean con ellos producen huevos inviables, lo que reduce la población con el tiempo.
Es un método que se ha aplicado en el control de otras plagas. Su éxito depende de una liberación repetida y masiva de insectos, una planificación estable y condiciones ambientales que favorezcan el efecto acumulativo. Requiere además infraestructura constante: producción de mosquitos, control de calidad, transporte especializado y una logística que no se detenga.
En Cuba, donde los programas de fumigación se interrumpen por falta de combustible, donde no hay equipos suficientes y donde la recogida de residuos es irregular, resulta difícil sostener una estrategia que exige continuidad y precisión.
¿Qué implican los mosquitos transgénicos?
Los mosquitos transgénicos son una versión más compleja. En este caso, se modifica el material genético del mosquito ―generalmente de los machos― para introducir un rasgo que impide que su descendencia llegue a la vida adulta. Cuando se liberan, el objetivo es que esas crías mueran antes de completar el ciclo vital y, con sucesivas generaciones, la población del vector disminuya.
Este enfoque plantea interrogantes sobre supervisión, impacto ecológico y capacidad regulatoria. En países donde se han realizado pruebas, los ensayos han requerido controles estrictos, monitoreo constante y participación de instituciones independientes. Son intervenciones delicadas, que deben realizarse con transparencia y sobre una base técnica sólida.
Para que esta alternativa funcione, no basta con liberar mosquitos modificados: se necesita seguimiento científico permanente, capacidad de análisis genético y recursos estables. La biotecnología no compensa las deficiencias estructurales, y en un país con carencias básicas sería arriesgado presentar esta herramienta como respuesta inmediata.
La viabilidad real de estas tecnologías en Cuba
El interés por estas técnicas llega en un momento en que el país no garantiza ni los elementos más esenciales del control vectorial. Ninguna tecnología puede aplicarse en vacío; requiere un entorno sanitario mínimamente funcional.
La apuesta gubernamental por soluciones de laboratorio contrasta con la falta de recursos para medidas simples como limpiar zanjas, desobstruir alcantarillas o mantener un ciclo regular de saneamiento. En estas condiciones, hablar de mosquitos transgénicos como alternativa central puede interpretarse más como un gesto político que como una estrategia epidemiológica sólida.
El Estado promueve proyectos que suenan modernos mientras evita abordar la raíz del problema: la crisis estructural de los servicios públicos. La imagen de innovación científica puede ayudar a desplazar la atención, pero no resuelve la urgencia que viven las familias afectadas por el dengue y el chikungunya en Cuba.
¿Solución científica o narrativa de escape?
La lógica de estas propuestas se asienta en la idea de que una intervención técnica puede compensar las carencias del entorno, pero lo que Cuba enfrenta es un problema sistémico. Ninguna técnica de laboratorio sustituye la recogida de desechos, la estabilidad hospitalaria o el abastecimiento de insumos médicos.
Presentar mosquitos modificados como herramienta clave sin atender lo básico alimenta la percepción de que el discurso científico se usa para maquillar una crisis que se agrava año tras año. La población, que convive con apagones, falta de medicamentos y barrios convertidos en criaderos del mosquito, difícilmente encontrará consuelo en una promesa que depende de una infraestructura que el país no tiene.
La pregunta no es solo si estas tecnologías funcionan, sino si pueden funcionar aquí, en un entorno donde cada institución opera con recursos mínimos. La brecha entre la propuesta y la realidad es demasiado amplia, y en ese espacio crece la desconfianza ciudadana.
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